Saturday, May 24, 2014

Pesadillas (Parte II)

Estos fenómenos, sueño y pesadilla, aparecen como exorcistas de deseos y miedos, inevitables y necesarios en el hombre. Son a su vez el método de confrontación a los demonios. El umbral hacia el mundo que habitan, el canal por el cual podemos llegar a  conocerlos.

Es por este mismo carácter de inevitable y necesario, de inherente a la vida, que las manifestaciones del subconsciente, palpitantes y perturbadoras llegan al arte, con presencia impositiva y flamante. Es el momento cumbre revolucionario del arte en el que surge el surrealismo, para apoderarse completamente del desvarío y la locura a la que se expone el sujeto abierto al subconsciente.

Para los surrealistas el inconsciente es la región del intelecto donde el ser humano no objetiva la realidad sino que forma un todo con ella. Es a través precisamente de estas relaciones que se revelan los miedos, los deseos y las pulsiones que se esconden al interior del sujeto. Para lograr esto, los surrealistas utilizaron varios métodos, pero el más conocido fue el del automatismo, este consistía en encontrar un medio alterno en el cual se intensificaran los sentidos (con una base no racional) para que a través de la observación atenta, la intuición y la atención suspicaz se pudiera develar lo que se esconde en el inconsciente. Una de las formas cercanas al automatismo era dormir, despertar e inmediatamente trasladar el sueño vivido a algún lienzo o papel. Muchos surrealistas utilizaron esta práctica, pero fueron especialmente Magritte, Delvaux, Ernst y Dalí los que se interesaron más por el efecto de los sueños en el arte. Ellos se valieron en muchas ocasiones de elementos figurativos del sueño para crear toda una atmosfera onírica y delirante, en la cual se creaban inusitadas asociaciones entre objetos y monstruosas deformaciones.

Estas deformaciones -lo monstruoso que se esconde en el surrealismo- son precisamente las que más se acercan al plano de la pesadilla. Figuras oníricas como caballos, toros, elefantes, máscaras, la nada, la oscuridad, una habitación cerrada, un crucifijo y toda clase de figuras deformadas o monstruosas se pueden ver en el arte surrealista. No obstante,  todas estas figuras no son más que metáforas, metonimias y símbolos que representarían (según la visión freudiana aceptada por los surrealistas) nuestros más profundos deseos y nuestra parte más instintiva.

A través del arte surrealista se hacen visibles nuestros miedos. No podemos evitar estremecernos ante la observación directa de un cuadro de estos,  como es el caso por ejemplo del Cristo de San Juan de la Cruz de Dalí, cuya particular posición y rasgos fuertes nos provoca cierto temor. Nuestros miedos más inconscientes (y conscientes) son revelados a través de la observación de estas pinturas: A la muerte, al olvido, a la soledad, al dolor, a la carencia, entre otros. Los miedos están allí, viven, se reproducen, se agitan. En algunas teorías psicoanalíticas (Jung), se piensa que estos miedos son traspasados de generación en generación a través del inconsciente colectivo y lo que ha mostrado el arte a través de los siglos es precisamente la evolución y transformación de esos miedos; también cuales aún hoy siguen siendo comunes, siendo sin duda el principal el miedo a la muerte y a la auto-destrucción –que a su vez es una pulsión-.



Zdzisław Beksiński - 2004

Pero la invitación del surrealismo era precisamente a confrontar esos miedos, sublimarlos, hacerlos vividos para que su aire de misterio, terror y misticismo desapareciera. Parte de la búsqueda del surrealismo era que el sujeto, el hombre aceptara su propia monstruosidad que lo conforma y la multiplicidad deseante que se mueve por todos los senderos vedados del inconsciente

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