Tuesday, May 27, 2014

La Boa

Son apenas las 8 pm y La Boa ya se sumerge en la noche sin mayor timidez. No hay razón para temer cuando se es un referente medellinense del tango hace casi 20 años. Esto le es suficiente para traer a su encuentro un grupo variopinto de visitantes, desde los recurrentes clientes de antaño hasta parejas entre los 20 y 45 años. El bar me recibe hoy con Tango Canción de Gotan Project, más adelante me acogen con Mano a mano en la voz de Julio Sosa, para este momento me he sabido acoplar al ambiente.
Desde mi punto estratégico puedo observar todas las mesas del lugar. La primera mesa al lado de la puerta, está conformada por tres amigotes dicharacheros, encargados de la bulla del lugar. En la esquina izquierda, una pareja particular se lleva un buen tiempo de mi atención. Ella, una pelirroja de crespos frondosos y vestido vaporoso, acaricia tiernamente la mejilla de su amado, un hombre de ojos jóvenes y dulces, más delgado que ella, con tenis Nike y buzo de capucha. Combinan tan poco que me hacen feliz.
Una cerveza más es la excusa para acercarme al barman. Hablando con él me entero del reciente cambio de administración. El original dueño y fundador de La Boa, Iván Zuluaga, murió cuatro años atrás, lo que llevó a re-direccionar el lugar. Este re-direccionamiento implicó no solo un cambio de dueño, sino también de estilo, evidenciado en una nueva playlist con Bajo Fondo, Tanghetto y Gotan Project en primer plano.
En sus principios, La Boa fue uno de los bares tangueros de pura sepa, de esos de Cambalache, La Cumparsita y Caminito. Visitado por poetas, dramaturgos y en general artistas y bohemios, que se disponían a abstraerse en la cultura del tango.
Al terminar el recuento me doy cuenta de que la hora ha traído más visitantes, el calor amerita salir un momento. En el vano de la entrada dos hombres hablan de “viejas muy buenas, con culitos bien puestos”,  mientras desde el otro lado se acerca una mujer diminuta, desaparecida por la pobreza y el tiempo; sin embargo, ella no lo admite y pide una moneda para llamar a su casa. Aunque no suelo hacerlo, le doy algo, esperando que algún día le contesten y le abran la puerta. La noche sigue, mientras La Boa va arrastrándose por ella, persiguiendo una atrevida cucarachita que les pasa visto bueno a los comensales. Así va… cerveza y electro tango y a veces un poquito de tango, hasta que el himno nacional nos anuncie que está muy tarde y a la vez muy temprano, debemos volver a nuestro sagrado hogar.
Primero de Noviembre. Ya van dos meses desde mi última visita, todavía no puedo decir que me recuerdan ni me reconocen, no puedo denominarme asidua del lugar. Son las 7 de la noche de un jueves y emprendí camino un tanto escéptica del ambiente y la concurrencia de gente ese día a esa hora y en ese lugar, igual… hasta me sonaba mejor la idea de una Boa medio vacía.
Para mi sorpresa, el bar estaba lo suficientemente activo como para perder la noción del tiempo desde el momento en el que puse un pie adentro. El escenario pintoresco es envolvente, en cada rincón debo detenerme para observar las minucias de la decoración, boas trepadoras de vidrio, el Che en todos los ángulos posibles entre arañas plásticas que cuelgan del techo, pero esta vez yo vengo por historias. Jaime me abre un espaciesito en su barra mientras saca botellas, busca copitas y reparte tragos. Como un reto a su conocimiento, me invita a que le pregunte lo que quiera, él todo me lo cuenta. La historia debe comenzar con Iván Zuluaga, el hombre que dio a nacer este hito, el que hizo de La Boa su hogar, su cambuche, por lo que renunció a su familia para armar una nueva familia nocturna que lo visitaba para tomarse alguito entre perros, dos gallinas y Margarita, su boa, que según él, le hacía caso cuando la llamaba. Esta familia comenzó a formarse hace aproximadamente 45 años, cuando el tango todavía era la moda entre bohemios e intelectuales, cuando Manuel Mejía Vallejo era uno de ellos y sentaba a tomar güaro mientras escribía Aire de Tango. Así el bar fue ganando renombre, entre las chiripiorcas de Iván, en las que le daba por cerrar el bar y atender por una ventanita, porque el bar era de él y de nadie más y simplemente no se le daba la gana; contrastando con los días buenos en los que la gente de La Boa ocupaba no solo el bar sino media cuadra más. Curiosamente el nombre de este bar tanguero proviene de sus antecedentes salseros… El local antes de estar en las manos de Iván Zuluaga era un bar de salsa; con el único propósito de conmemorar a su anterior dueño, Iván retomó la canción preferida de este para nombrar su nuevo negocio.
Jaime me cuenta como en los últimos días de la administración de Iván, el bar se estaba apagando, ya no había como mantenerlo abastecido y los comensales iban desapareciendo. Los fieles que aún lo visitaban tenían que pagar el trago por anticipado para que Iván fuera a buscarlo en el negocio de enseguida. Entre esta mala racha y la vejez, Iván fue cediendo el negocio a nuevos administradores, y aunque se mantuvo el nombre, esta administración dio un vuelco de 180 grados a la línea tanguera del bar. Ahora La Boa era La Boa Jazz, con son cubano y bossa nova, alejando del todo a los asiduos restantes. De esta aún peor racha lo fue rescatando Jaime, hasta encargarse de él del todo desde la muerte de Iván. Y aunque él lo intente, La Boa no puede seguir siendo lo mismo que fue al principio, es una cuestión de época, de movimientos artísticos perdidos y relevos generacionales que no se equiparan a sus ancestros. Según Jaime, muchos de los visitantes actuales son los hijos y nietos de las anteriores leyendas que conformaban la familia nocturna del bar, sucesores que crecieron escuchando tango entre anécdotas vividas en La Boa. La excusa del electro tango es, como era de esperarse, este nuevo público modernizado que va a buscar innovación en un bar legendario. Pero Jaime, por supuesto, solo quiere complacerlos a todos.

Después de un buen rato de escuchar a Jaime entre recochas con el resto de mujeres en la barra, creo que es justo y necesario volver a mi mesa donde mi acompañante abandonado espera a que lo des-abandone. A media luz veo dos hombres entrar y salir, pedir otro trago para salir y volver al rato, una mesa con dos novias muertas de la risa que son visitadas por otras dos amigas al rato, la barra en la que estuve, con sus respectivas mujeres y un hombre desentonado escuchando los chistes de Jaime. Todos van y vienen, salen y vuelven, los miro y luego los imito, hasta la hora de despedirme del bar, de esta boa que cambia de piel cada mes.

Nohelia F.

 

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